
Sostener que la principal función de la filosofía es impugnar el orden social ha sido expresamente formulado por Max Horkheimer (1895-1973), miembro fundador de la Escuela de Frankfurt. A ese fin ha confeccionado toda una Teoría Crítica, que distingue con energía la Razón de su enflaquecimiento y degeneración en *razón instrumental*, concentrada ésta en la creciente y metódica explotación de la naturaleza y de los hombres.
El resultado de distinción semejante es una mezcla de pesimismo cultural y de progresismo político. Que la Razón sufra una suerte de eclipsamiento produce, de rebote, una revaloración de todo aquello de lo que se ha desmarcado y a lo cual se ha opuesto, metafísica especulativa y religión incluidas. Lo decisivo es, en tal circunstancia, la liberación: importa menos que el pensamiento se atenga a los hechos, porque se trata de transformar el mundo, que no ha cesado de enredarse con el Mal.
Cuando se alía el positivismo de la ciencia con la cultura de masas puede producir engendros terribles como el fascismo y el nazismo, máscaras, ambos, del totalitarismo. El sujeto, vaciado de toda pertenencia a la tradición, incapaz de identificarse con ella, puede ser fácilmente llenado con una ideología que Horkheimer calificará de deshumanizada.
El positivismo y el marxismo dogmático (a las que podría agregarse el neotomismo) son estrategias similares, paralelas, que anuncian y preparan al totalitarismo, del que podríamos salvarnos -según el filósofo- sólo afirmando al individuo cuidando de no deslizarnos en el egoísmo posesivo característico de las sociedades modernas.
Nunca queda claro cómo podría ser evitado dicho deslizamiento, por lo que el recurso al autosacrificio revolotea encima de nuestras cabezas. Sabemos que no hay salida -pero sería muy poco digno rendirse. Horkheimer entiende que la hipertrofia de los medios socava la unidad o integridad de la razón, que ya no se sabe *para qué* sirve, pero nada suficientemente valedero puede hacerse contra ello.
La humanidad se aplana y unidimensionaliza, haciéndose víctima de sus propias conquistas. Cada tentativa realizada aparentemente en contra sólo contribuye a hundir más a los hombres en su propio estercolero. El positivismo -la filosofía espontánea de la Ciencia- promete una salvación que deja intacta la forma instrumental de la razón; el neotomismo, tal y como lo afirma en *Eclipse de la razón* (1947), pretende salvarnos haciendo de Dios -de lo Absoluto- un *medio* para ello, gesto que podría aplicarse al cristianismo en su conjunto.
No hay mucho espacio para dónde moverse. Y Horkheimer no lo hace; se debate entre Schopenhauer, Hegel y Marx, sin atinar a decidirse.
Sólo le resta adoptar una posición melancólica y defensiva, porque no es viable renunciar a la razón, pero tampoco someterse del todo a ella. El nudo se aprieta, dado que Horkheimer no suelta las categorías que conducen inexorablemente a la postración ante las instancias que entronizan a la razón: “La instrumentalización de la razón para el fin del dominio sobre la naturaleza exterior implica el dominio del sujeto sobre sí mismo como interiorización y sublimación de los mandatos de un señor” (G. Seubold, *Enciclopedia…*, p. 1003).
Más dominio de la naturaleza, más sufrimiento del individuo, que sólo es reconocido por su adaptación al dominio. No otra cosa es el nazismo: manipulación de los deseos reprimidos del pueblo. ¿Qué hacer? Denunciar, es todo. Nada detiene la marcha del mundo hacia su administración. Nada se puede contra ello, sólo creer… Creer que aún es posible edificar una sociedad solidaria. Creer que la sociedad racional no es una mera creencia. Si eso no es mesianismo, una espera sin esperanza, no sé entonces qué podría ser.










